Dios dijo “Yo soy el que soy”, y a él se lo vamos a aceptar porque es una autoridad en la materia. Amnistía Internacional le ha enmendado la plana a Dios y ha decretado que “Yo soy quien digo que soy”. Si no fuese porque el tema es tan grave y en España ha empezado a circular por los pasillos del Congreso el delirante proyecto de Ley de Autodeterminación de Sexo (pues no es una Ley para las personas Trans), la verdad es que me lo tomaría a risa y le sacaría toda la punta que pudiese a este disparate. Además, la frase puede ser dicha por una criatura de 2 años (han salido casos hasta en El País) que aún no controla ni los esfínteres como por un señor de 50 que descubre su auténtico yo sin haber abonado ningún tributo de los que pagan las mujeres por haber nacido con sexo femenino.
Para Amnistía Internacional una persona es quien dice que es: si yo digo que soy el Papa de Roma es que lo soy, y quien lo ponga en duda puede ser denunciado. Solo el enunciado ya demuestra hasta qué punto se ha perdido la razón: un individuo tiene que ser creído por el simple hecho de manifestar un deseo por muy disparatado que sea. El delirio amparado por la ley.
¿De verdad que la gente está dispuesta a comulgar con estas ruedas de molino? ¿Lo creen o hacen ver que lo creen porque piensan que esto de la Ley Trans no va con ellos? Cuando hombres físicamente varoniles dicen que son mujeres ¿de verdad la gente está dispuesta a aceptarlo o le están dando la razón como a los locos? (pido perdón a los locos, que no quiero patologizar la enfermedad mental). A mi me parece que la gente está adoptando una actitud de pasotismo porque o bien no tiene ni idea de lo que representa la autodeterminación de sexo (que no de género, pues lo que se quiere cambiar en el registro es la mención al sexo), o simplemente cree que eso no le va afectar (“a mi no me borra nadie” o “quiénes somos nosotros para decirle a nadie lo que tiene que sentir”, son los nuevos mantras).
Hemos dado todo tipo de argumentos, pero voy a dar algunos más, por si acaso: que el género es un proceso de asimilación de los valores y roles que se supone corresponden a los hombres o las mujeres; que la asimilación del género tiene lugar en interacción con los demás desde el mismo nacimiento, o incluso antes, pues el anuncio del sexo del bebé ya predispone al entorno a recibirlo de una manera u otra (ropa, regalos, colores, juguetes, expectativas, etc.) y que no hay identidad sin interacción social. Sobre esa realidad material que es el sexo, se ha erigido todo un edificio cultural que atribuye unas características a los hombres y otras a las mujeres que no tiene nada de natural.
Cuando el personal empieza a declararse como “no binario” ¿no se da cuenta de que se está definiendo a partir del reconocimiento del binarismo preestablecido por el sistema patriarcal? Muy posiblemente lo que quiere decir es que no se identifica ni con los valores masculinos ni con los femeninos. Pero ¿quién ha dicho que los demás nos identifiquemos de buen grado con el género en que hemos sido socializados? El proceso de asimilación del género es tener que adaptarse a un guante, a un molde en el que cuesta encajar, y se paga un precio muy alto si la persona no se ciñe a él: eso es lo que se está entendiendo por ser trans. En cierto sentido todos somos trans, porque todos nos hemos tenido que amoldar de buen o de mal grado a esos roles que ahora la cosa queer y la ley quiere convertir en identidad. ¿No es más barato y razonable luchar por la desaparición de los géneros que reforzarlos mediante la pirueta jurídica de cambio de sexo registral? ¡Ah! pero lo primero es revolucionario, mientras que lo segundo es la jugada maestra para que parezca que todo cambie para que todo siga igual.
Clarificadores artículos.
Vivimos un mundo donde la pseudo ciencia es un valor para la progresia.
Pronto podremos escuchar a la Botín diciendo que se siente proletaria. Lo será realmente con sólo sentirlo?