Igual que clarificamos un caldo, creo que ya va siendo hora de hablar un poco de la amalgama que se ha creado en torno al supuesto “colectivo” LGTBIQ+ y de las diferentes problemáticas que en él se incluyen.
Es evidente que el acrónimo LGTBIQ+ ha servido para aglutinar una lucha imprescindible que tomó fuerza en los años 90 uniendo las reivindicaciones que surgían en el terreno de la sexualidad no hegemónica, que se ha convertido en el nuevo campo de batalla de la posmodernidad. Es fácil comprender que unirse en un amplio frente común es mucho más eficaz que si cada una de las siglas hubiera ido por separado. Pero conforme ha ido pasando el tiempo se han empezado a ver las fisuras que se han abierto en un movimiento que no es tan homogéneo como podría parecer.
Si analizamos los problemas de las diferentes letras que componen el acrónimo veremos que la L de lesbianas –con todo y ser la primera de las siglas– es el grupo más invisibilizado y el que tiene menos protagonismo público, protagonismo que durante muchos años fue ostentado por la G de Gays. De hecho fueron los gays los que enarbolaron la bandera y se hicieron visibles, consiguiendo casi superar el oprobio al que la sociedad los sometía. Muchas lesbianas fueron la avanzadilla del Movimiento Feminista, por lo que quizá no tenían tanta necesidad de destacarse en un colectivo cuyos líderes eran sobre todo varones homosexuales.
La B de Bisexual siempre ha tenido un papel menor, casi inexistente, pues siendo una atracción sexual indistinta por hombres o por mujeres sus problemas no han sido identificados públicamente, ni parece que hayan concitado ni gran animadversión ni adhesiones incondicionales, si bien actualmente se está poniendo de relieve que, como Teruel, también existen.
Hasta aquí las tres letras que pueden en puridad considerarse el “leit motiv” del movimiento, que no es otro que agruparse para hacer patente que existen orientaciones diferentes de la heterosexualidad, y que es necesario reconocerlas y hacerlas públicas.
Mas problemático resulta la presencia en el colectivo de las letras T e I, que no constituyen orientaciones sexuales y cuya naturaleza y problemática no tienen nada que ver con la reivindicación de una sexualidad concreta. En el caso de la T se refería en un principio a los “transexuales”, que corriendo el tiempo ha transmutado su sentido y se ha convertido en el paraguas “trans”, una amalgama de supuestas “identidades” que, junto al interés económico que ha despertado en la industria farmabiotecnológica, y una eficaz campaña internacional vinculada a lo emocional, ha logrado colonizar todo el movimiento hasta prácticamente eclipsar las demás letras.
La I (intersexualidad) obedece a alteraciones cromosómicas, hormonales o gonadales, (que tienen, además, escasa prevalencia entre la población) y tampoco ha tenido un papel relevante en el acrónimo LGTBIQ+, pero actualmente se está exagerando y maximizando su exigua presencia con el fin de ayudar a desmontar el binarismo sexual, objetivo final de la Q (Queer). La intersexualidad no es un tercer sexo. Por último, la Q englobaría no ya un determinado tipo de personas, sino un conjunto de supuestos, ideas y tendencias que parte de la irrelevancia del sexo biológico y entroniza la libertad absoluta a la hora de “performar” el género. Apuesta por la diversidad expresiva, la infinita variedad de formas de manifestar la personalidad, en la que primarían los “sentimientos” profundos de cada persona a la hora de expresar su identidad, más allá del sexo con el que hayan nacido. Dado que las posibilidades son infinitas, se ha añadido el signo + para acoger cualquier otra forma de expresión de género que pueda surgir en el presente o en el futuro.
Como se ve, este movimiento tan variopinto aúna problemáticas diferentes e incluso contradictorias, con lo cual no es extraño que ya hayan empezado a surgir las primeras disidencias internas, con la creación, por ejemplo, de la LGB Alliance en Reino Unido, o que gays y lesbianas en España y otros países, en grupo o individualmente, se estén desmarcando del colectivo LGTBIQ+ por considerar que difumina las orientaciones sexuales y las sustituye por una sexualidad “holística” basada en la atracción por el individuo y no por personas del mismo sexo. Las lesbianas son las más perjudicados por esta nueva tendencia, ya que se ven cuestionadas y señaladas si se niegan a tener relaciones sexuales con transfemeninos, pues las acusan de transfobia si rechazan sus “penes femeninos”. Como siempre, de hombres trans y gays y sus tribulaciones sexuales No se sabe/No contesta, todo parece indicar que el problema sigue siendo de mujeres, sean lesbianas o no.
En Twitter y otras redes sociales empieza a haber gays y lesbianas que denuncian que en las letras T y Q emergen rasgos homófobos, lesbófobos y misóginos. Y es que una sopa con tantas letras tan contradictorias no solo no es apetitosa, sino que acaba siendo indigesta.