Hace días que me pregunto por qué es tan frecuente -y tan llamativa- la adopción del género femenino por parte de personas que han nacido con genitales de varón, ya sea mediante operación o sin ella. En cambio o no se habla de ello o la conversión hacia el género masculino es irrelevante. No sólo la película La chica danesa ha puesto de actualidad un tema que ocurrió en 1930, sino que Caitlyn Jenner (antes Bruce) se ha hecho superfamosa, así como otros muchos casos que afectan a modelos, actrices y a otras profesiones, sobre todo del mundo del espectáculo.
Pero, paradójicamente, la conversión de un hombre en mujer es una de las causas que mayor rechazo provoca en una sociedad que, aunque encumbre a personas transgénero como Laverne Cox, Andreja Pejic y otros, desprecia y discrimina a los transgénero corrientes en el trabajo, en la escuela, o en cualquier ámbito social, haciéndoles la vida prácticamente invivible.
Otro signo de esta sociedad hipócrita en la que nos ha tocado vivir: mientras aquellos trans que han conseguido destacar en el mundo del glamour obtienen portadas de revistas, contratos millonarios o programas de televisión, las personas de a pie que sienten la pulsión de cambiar de género son perseguidas, humilladas, vejadas y ridiculizadas hasta el punto de que muchas de ellas son abocadas al suicidio. Pasar de hombre a mujer se perdona si te conviertes en una celebridad. Si no, no dejas de ser un «traidor» al sexo dominante. Los trans que cambian al género masculino se incorporan a un mundo donde sigue imperando la hegemonía varonil por lo que merecen menos sanción. Podemos cambiar de sexo, pero los géneros nos siguen aprisionando igual.