Hace mucho, mucho tiempo publiqué un relato titulado Ocaso’s Corporation (dentro del libro La neurosis del domingo, LaSal, Barcelona, 1986) donde un grupo de adelantados a su época reclamaba precisamente eso, un suicidio libre, gratuito y a cargo de la seguridad social. No patenté la idea, pero ahora, visto el nuevo informe del Fondo Monetario Internacional creo que voy a reclamar derechos de autora. No puede ser que la gente viva tantos años. Es una afrenta al sistema. Este no es mundo para viejos. ¿Dónde iremos a parar? Como los viejos no se mueren nunca, además del recurso grosero y poco elegante de tirar los autobuses del Imserso por el barranco, he ideado un método infalible: llegada a una determinada edad, pongamos los 70, instaurar un sistema de suicidio obligatorio asistido, de manera limpia, indolora y con cargo a los presupuestos generales del estado, que por lo visto es el que tiene más interés en reducir las prestaciones por jubilación.
Se trata de crear unas modernas y asépticas oficinas que gestionen de manera eficaz el proceso, nada de inventar burocracias que imposibiliten que el objetivo se lleve a cabo. En este sentido interesa mucho que el sistema funcione como un mecanismo de relojería. Cuando la persona esté a punto de cumplir 70 años el estado enviará una notificacion con acuse de recibo. Recibida esta tarjeta roja tendrá que presentarse obligatoriamente en la oficina más cercana a su domicilio so pena de ser declarado en rebeldía o en busca y captura. Una vez personado, se iniciará el Viaje del No Retorno. La persona tendrá derecho a elegir el día, la hora y lugar donde quiera que se lleve a cabo su despedida de este mundo, la calidad de la urna donde serán depositadas sus cenizas (la austeridad obliga a ahorrar en espacio y materias nobles) y además gozará de una habitación donde agasajar de forma gratuita a todos aquellos de los que quiera despedirse y hacer los traspasos de poderes a las personas que desee: testamentos, cartillas de ahorro, escrituras de pisos, seguros varios y calderilla. Tendrá derecho a pedir un último deseo que no exceda de 300 euros y será mandado al otro barrio en medio de una nube de confetti, globos y matasuegras. Acabado el fiestorro, el homenajeado cruzará una puerta batiente que sólo se abre en un sentido, traspasada la cual te encuentras literalmente en el más allá. Bueno, bonito y barato. ¿A que sí?
Escucha, hermana más joven, me encanta tu sarcasmo y veo muy bien el suicidio obligatorío, pero es que a mí solo me faltan cuatro años para 70 ¿no te parece un poquito pronto?. Besos.
Pues nena, te vas a tener que ir preparando. Pero consuélate, a mi sólo me quedan 14!!!! Chica, el ahorro es el ahorro. Besos.