Rajoy esperaba como agua de mayo que Madrid fuese designada capital olímpica para 2020. Todos los cargos se aferraban a esta idea con la intención de diluir, al calor de la ilusión de unos futuros Juegos, toda la podredumbre económica y moral que han sembrado en estos últimos 10 años. ¡Pues toma candidatura! Supongo que las razones del COI para elegir Tokio (pese al recuerdo del tsunami y la actividad de Fukushima) serán diversas y difíciles de desentrañar. Pero quizá pudiera ser que España no ha generado la suficiente confianza ni credibilidad como país para encargarle la organización de tal evento. ¿Para que unos cuantos mangantes se repartan las comisiones por la ejecución de las obras que queden por realizar? ¿Para que cuatro chorizos engrosen sus cuentas en Suiza o se construyan sus palacetes? De aquellos polvos estos lodos.
Un país -como una persona- no sólo tiene que parecerlo, sino serlo (demos la vuelta a la vieja y ominosa frase sobre la mujer del César). Un país se gana el respeto y la credibilidad cuando sus dirigentes dimiten cuando han cometido faltas, cuando hay transparencia en las decisiones, cuando no se espía a los demás para jugar con ventaja, cuando se asumen las responsabilidades y se rinde cuentas de la gestión. Todos los dirigentes que estaban en Argentina -empezando por Ignacio González y acabando por el propio Presidente del Gobierno- todos están bajo sospecha. El que no ha cobrado sobresueldos ha espiado a sus oponentes, e incluso a sus correligionarios; el que no ha evadido impuestos ha defraudado a hacienda. El que no ha mentido ha ocultado o destruido pruebas de delito…. ¿Y a esta gentuza le vamos a encargar la organización de unos Juegos? Puede que tampoco el COI sea un comité demasiado transparente, pero tenía que decidir… y ha decidido.
Mucha gente vive aparentando, y de esa manera creen engañar a los demás. Si la mayor parte de la ciudadanía de este país no cree en la inocencia ni en la honorabilidad de sus dirigentes ¿por qué tendrían que creer a nivel internacional? Gánense el respeto. Asuman sus responsabilidades. No mientan. Afronten las consecuencias de sus actos. Cuando el país haya recuperado la dignidad y pueda presentarse ante el mundo con la cabeza bien alta… quizá entonces ni siquiera sea necesario recurrir a organizar unos Juegos para desviar la atención de las cosas que realmente importan. La corrupción no debe quedar oculta bajo los brillos y luminarias del olimpismo.