Ser mujer se ha convertido en una cuestión geopolítica, pues depende del lugar del que hablemos cambia quienes pueden ser incluidas en esta categoría. Así, cuando se habla de “las mujeres afganas”, todo el mundo incluye aquellos seres humanos que se definen por el sexo con el que nacieron, sin que al parecer haya ambigüedades respecto a quien debe ser considerada mujer o no. En aquel contexto las mujeres se tienen que velar, son expulsadas de las universidades o centros laborales y tienen restricciones para salir a la calle solas. No parece que los políticos y politólogos y resto del personal incluyan entre las “mujeres afganas” a hombres autoidentificados como mujeres. A nadie parece ocurrírsele que también en Afganistán haya personas trans que deseen transitar de un sexo al otro.
En cambio, en otros lugares, en la categoría mujeres parece que se puede incluir una diversidad de “cuerpos” que ya no viene dado por el sexo, sino por la voluntad individual de pertenecer a un colectivo u otro. Así, en las redes sociales vemos circular una variedad de imágenes todas las cuales reclaman pertenecer al colectivo femenino: varones que han experimentado reasignación de sexo, varones que han transicionado y ahora tienen aspecto femenil pero siguen conservando los atributos varoniles; varones que siguen teniendo una fisonomía viril (léase aspecto de hombre convencional, con barba, bigote, vello corporal, calva incipiente o avanzada) pero que se autoidentifican como mujeres no-normativas, etc.
Los políticos, politólogos, instituciones, empresas e incluso revistas científicas han cortado por lo sano y en lugar de hablar de mujeres, dada la diversidad de tipologías que pueden entrar en esta categoría, han decidido referirse a cuerpos con vagina (The Lancet) propietarias de cérvix, personas menstruantes, propietarias de úteros etc. Desde algunos contextos culturales occidentales ahora la palabra mujer queda reservada para aquellos que así se sienten (sean del sexo que sean) de tal manera que quedamos automáticamente fuera de esta categoría todas las que no nos sentimos mujeres. Como no puede ser de otra manera, esto genera importantes problemas a la hora de hablar o escribir o nombrar a la mitad de la humanidad que ha parido a las dos mitades que conforman el género humano. La misma revista The Lancet se refiere a los varones como hombres, en una incongruencia lingüística de difícil comprensión. Los hombres no se convierten en cuerpos con penes, por qué será.
Otros lo resuelven no citando la palabra mujer, y haciendo verdaderos malabarismos verbales: por ejemplo, la Generalitat ha lanzado la campaña Transformación Feminista, en la que se aboga por “la equidad menstrual” “el despliegue de la ley de igualdad de trato y no discriminación” “el nuevo modelo de abordaje de las violencias sexuales”, pero en todo el florido texto de la campaña no aparece ni una sola vez la palabra “mujeres”. Según esta campaña la violencia no tiene sexo ni género, y todas las víctimas son iguales, y las pone “en el centro”. (¿No es esto lo que defiende también la ultraderecha?).
La ministra de Igualdad utiliza la categoría mujeres según le convenga: a veces incluye a las trans, a los no binarios, pero otras veces habla de las mujeres en sentido restringido, como en el ejemplo de las afganas o para hablar del aborto, donde parece que solo incluye a las que han nacido hembras. ¿En qué quedamos?
Convertir una realidad material como es ser mujer en un concepto geopolítico a utilizar según el territorio o la situación desde la que se habla no está exento de riesgos, desde luego, y no es menor la gran empanada mental que está provocando en gran parte de la población, además de los destrozos que está causando y va a causar entre la juventud y en la infancia.
Esta operación no es solo geopolítica, sino también comercial. Quien quiera saber cómo se financia tiene amplia información en la web Contra el borrado de las mujeres, y en las reflexiones de Elena Armesto La industria de la identidad de género. Pese a que sé que hay mucho dinero en juego, me deja perpleja que sea tanto como para cerrar la boca a medios, periodistas, políticos, investigadores, científicos, universidades, educadores y un largo etc. que o bien se ha dejado abducir de buena fe por las patrañas de esta ideología o bien recibe un buen trozo en el reparto del pastel.
Mientras tanto, a quienes osamos criticar abiertamente este despropósito teórico, conceptual y político de tan graves consecuencias prácticas se nos intenta acallar acusándonos de tránsfobas, de ultraderechistas o de terfs. Y el resto de perfil, sin mojarse, viéndolas venir.