Y dijo el hombre: dividamos a las mujeres en dos categorías antagónicas e irreversibles. Las buenas no podrán tener sexo con quien quieran, sólo con quien deban. Las malas con todo el que pague, pero serán despreciadas. De las buenas abusaremos en la intimidad del hogar, pero a cambio las consideraremos santas. Las malas serán de uso colectivo, no merecerán ningún respeto, pero serán imprescindibles para combatir el aburrimiento que nos provocan las primeras. Y vio el hombre que lo así estipulado era bueno. De esta manera, grosso modo, ha funcionado el mundo hasta hace bien poco, cuando algunas locas feministas empezaron a denunciar lo injusto de la situación. Desaparecida por fortuna -o en vías de desaparición- la consideración moral sobre el uso que las mujeres quieran hacer de su sexualidad, la prostitución emerge como un colosal y alegal negocio donde se dan las mayores ignominias y las mayores rentabilidades. ¿Prostituta forzada? ¿Prostituta libre? Difícil cuestión. El tráfico sexual de mujeres y niñas es el más execrable negocio desde que se abolió la esclavitud, y sin embargo ahí está, creciendo año tras año. Y por lo que respecta a la puta liberada, es curioso que en la España actual la mayoría de ellas procedan de otros países. ¿Hemos de entender que a las foráneas les apetece más dedicarse a esta actividad que a las autóctonas? La pregunta del millón es ¿qué hacer con la prostitución? Ya lo he dicho en otro lugar: estoy a favor de las prostitutas, pero en contra de la prostitución. Hay que propiciar que las prostitutas tengan acceso a los derechos sociales que como personas les corresponden: cobertura médica, desempleo o jubilación. Pero como mujer feminista no puedo ni quiero legitimar esta manera de gestionar la sexualidad masculina. Hay que tomar iniciativas para abolir esa práctica patriarcal con la que todas las mujeres salimos perdiendo, porque a todas nos han considerado «zorras» alguna vez. Lo que hay que afear, discutir, cuestionar, sacar a la luz es la existencia de los clientes, esos individuos de sexualidad miserable para los que recurrir a una prostituta tiene que tener algún plus más allá del mero alivio sexual. Quizá sea sentirse el amo momentáneo de un cuerpo humano, saber que mandas, que harán lo que tú quieras, que satisfarán tus deseos, que te sentirás poderoso, que durante diez minutos o diez horas esa mujer, esa niña, ese joven estarán a tu servicio y sentirás que has recuperado ese poder del que se te está desposeyendo cada día un poquito más. Para mí no son más que escoria, hayan pagado 5 euros o 5.000.
Qué razón tienes, en ese hay que fijarse, en el prostituidor. Me gustaría que pudiéramos ver, el mundo al reves, hombres con faldas cortas en una carretera y pasando frio, en los alrededores de los centros comerciales, mientras las mujeres con su carro de la compra lleno, regatean sus servicios. Qué le pasaría a esta sociedad?, que preguntas nos haríamos si cada semana apareciera un hombre muerto a manos de su mujer?. Diríamos que las mujeres nos hemos vuelto locas?. Hay unos dibujos animados para níñ@s, que hace muy poco hicieron hasta una película, se llama «Los pitufos», me llama la atención que a nadie le llame la atención, son todo varones con profesiones, la única hembra es la pitufina, lleva tacones y NO TIENE PROFESIÓN…
Juana sigue escribiendo que me encanta y también me enfada.
Mil besos
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