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Prefiero una hija trans a un hijo maricón

Los mayores del lugar recordarán una frase parecida a la que encabeza este artículo. Muchos padres decían, años ha, que preferían un hijo tonto a un hijo maricón. Las cosas parece que han avanzado mucho, pero en el fondo continúan igual: hay más rechazo a la homosexualidad que al cambio de sexo.

Vemos a muchos padres muy ufanos exponiendo a sus criaturas ante la audiencia de los medios de comunicación y anunciando urbi et orbi que están supercontentos de que sean trans, (por más que preguntemos qué significa trans, nadie responde). Padres que afirman sin rubor que “los primeros indicios” los tuvieron cuando las criaturas apenas tenían diez meses, dos años, tres… dependiendo del caso. ¿Y qué indicios eran esos? Pues que a los niños les gustase llevar el pelo largo, que quisieran ponerse pendientes, que no les gustase jugar a fútbol y en cambio prefiriesen las muñecas. Y a las niñas lo contrario. Y con todas estas “pruebas” de la tendencia de la criatura, esos padres seguramente bienintencionados deciden que es que su hijo en realidad es una niña, en sintonía con lo que exponen los transactivistas más extremos.

Es decir, no querer asumir los rancios y caducos estereotipos de género por parte de criaturas que están creciendo es interpretado como que son del sexo opuesto. ¿No hay nadie que vea esta barbaridad y se oponga a este despropósito? Las feministas llevamos años, si no siglos, intentando desvelar estas falacias, luchando para que la infancia pueda crecer en libertad, sin corsés, sin sometimiento a las rígidas normas de género que estructuran toda sociedad, y que perjudican tanto a los varones como a las hembras, aunque estas nos llevamos, como siempre, la peor parte.

Parece que las familias están más dispuestas a que sus hijos e hijas cambien de sexo porque muestren preferencias hacia las actividades que se suponen son del sexo contrario que a cuestionar los mandatos sociales. Lo peor de todo esto es que abona y refuerza la idea de que estas actitudes son innatas, y por tanto las familias se desresponsabilizan de ser los transmisores de estos comportamientos y valores artificiales que se toman por naturales.

Si mi hijo o hija no se adapta a los roles establecidos, prefiero pensar que es una condición con la que ha nacido (una esencia interior en un cuerpo equivocado) antes que cuestionar mis propios prejuicios sobre cómo se tiene que comportar un hombre o una mujer. Prefiero inducirlo a un imposible cambio de sexo, bloquearle la pubertad primero y hormonarle de por vida después, antes que dejar que se exprese con libertad. 

Qué pasará cuando esas criaturas se desarrollen, qué ocurrirá cuando inicien su vida sexual, qué efectos secundarios tendrán todas esas hormonas en su salud, a qué mutilaciones tendrán que someter sus cuerpos sanos, a qué precio estas familias que tan alegremente anuncian que sus hijos o hijas son trans van a pagar los delirios de una sociedad enferma.

La aparición complaciente y constante de este tema en los medios, la ocultación deliberada de problemas y complicaciones de salud por el uso bloqueadores o de hormonas, el silencio de instituciones médicas, jurídicas o científicas, la acción de influencers que alardean de ser de género fluido, o no binario, o agénero, etc. y, como telón de fondo, los intereses de las multinacionales farmacológicas y biotecnológicas, todo en conjunto está propiciando que las familias prefieran creer que tienen un hijo trans cuando quizá lo que esos signos indican es que podrían tener un hijo o una hija homosexual.  Preparaos gays y lesbianas, porque después del borrado de las mujeres el siguiente va a ser el vuestro.

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