El pasado sábado (21 de marzo) estuve cenando con un grupo de quince mujeres a muchas de las cuales era la primera vez que veía. Previamente habíamos asistido a la representación de «El burgués gentilhombre», de Molière, llevada a cabo por el Taller de Teatro CIRD de Cornellà. Una obra divertidísima puesta en escena con mucho talento y mucha gracia por un grupo amateur de mujeres bajo la batuta de su director, que ha sacado de cada una de ellas lo mejor de sí. Contemplando este prodigio de obra y el entusiasmo con el que las mujeres han abordado su papel (al que han dedicado seis meses de ensayos previos) no tuve por menos que sentir una gran admiración hacia este grupo, su director y el ayuntamiento que les da apoyo.
Después de la obra nos fuimos, como digo, a cenar para celebrar el triunfo. Quince mujeres de diferentes procedencias, profesiones, características y edades. La más joven tenía 42 años y la mayor rozando la jubilación. Quince mujeres con nuestras arrugas perfectamente delimitadas, nuestros rostros limpios, nuestras canas respectivas. Muchas de nosotras no cabíamos en una talla 42, y otras seguramente ni siquiera en una 50, pero allí estábamos, contentas, risueñas, compartiendo confidencias ante unas lonchas de pan descomunales a las que no le hacíamos ascos, pese a que iban a ir a nuestras cinturas, no precisamente de avispa.
Mujeres cultas, interesantes, con anécdotas mil sobre trabajo, actividades, hombres, familias o viajes para compartir. No había ninguna que se pareciera ni por asomo al modelo ideal al que tan acostumbrados nos tienen los medios de comunicación. Ni falta que hacía. No había mujeres de plástico, recauchutadas, emperifolladas, alicatadas de maquillaje o con el peso ideal. Éramos mujeres de verdad, vividas y experimentadas, con nuestros éxitos y nuestros fracasos amorosos, nuestros hijos, nuestras ilusiones y nuestros apetitos intactos, incluido el culinario y otros que no hace falta detallar.
Un grupo de mujeres variopinto, unidas todas por el placer y el dolor de vivir, donde era imposible observar las rivalidades, la maledicencia, la envidia o la competencia que durante tantos siglos nos han hecho creer que era consustancial a la feminidad. Era un placer vernos reír, contar nuestras respectivas aventuras personales, amorosas o familiares. Y comer. ¡Qué gozo y qué orgullo sentirse parte de un grupo de mujeres reales, lejos de las muñecas de porcelana que han usurpado nuestro ser!
La realidad al poder, con toda su fortaleza, toda la solidaridad, el cariño,la inteligencia, la curiosidad. Mujeres reales:la sal de la tierra.
Va apor todas nosotras, las mujeres de verdad
Nunca un sentimiento común lo habían plasmado en palabras, me siento identificada, formo parte de estas mujeres