Muchas veces nos hemos preguntado por qué mujeres aparentemente independientes, autónomas, profesionales, libres, a veces con más dinero que sus maridos, han soportado la humillación de verse traicionadas públicamente por sus parejas y no sólo no cantarles las cuarenta, sino ponerse incondicionalmente de su lado y apoyarles en su villanía. Aquí dejo tres hipótesis que pueden ayudar a comprenderlo.
Tradición: ¿qué mujer en un sistema patriarcal no ha sido adiestrada, adoctrinada, educada, instruida en la posibilidad de que su marido le fuese infiel? En algunas sociedades es legal la poligamia. En otras no, pero no sé si recuerdan la figura de «la querida», de «la otra» en nuestro entorno cultural. Y en tercer lugar, ¿dónde está escrito que todos los hombres que van de putas han de ser solteros? Y a juzgar por el número de prostitutas que hay es de suponer que el de clientes casados debe ser considerable. Todas las sociedades conocidas han alentado la idea del conquistador, de la insaciable necesidad sexual de los hombres. Del irrefrenable deseo de cambio. Y ninguna ha criticado, castigado, reprimido, enjuiciado negativamente la promiscuidad masculina.
Dependencia: En parejas de largo recorrido, aquellas que se han mantenido juntas durante bastantes años suele producirse una simbiosis, una fusión, una interdependencia que hace que cada miembro de la pareja se sienta incompleto sin el otro. No importa si son ricos o pobres, cultos o analfabetos, la dependencia es emocional, y en algunos casos la relación es armoniosa y gratificante, pero incluso aunque no lo sea, aunque haya humillación, vejación o trato degradante ambos miembros de la pareja adoptan un rol y crean una dinámica que ninguno de los dos osa romper. Se crean así parejas tipo ¿Quién teme a Virginia Woolf? que se regodean en sus miserias, pero de las que son incapaces de prescindir.
Falta de amor propio: En todas las sociedades las mujeres han sido más valoradas si han sido madres de hijos que si han tenido hijas, y no hablemos de la mayor importancia otorgada al hecho de nacer macho que hembra. Con frecuencia las hijas no han visto colmadas sus necesidades afectivas, según la idea de que las mujeres han de ser educadas para dar y los hombres para recibir. Ninguna relación donde haya vejación, humillación, infidelidad sistemática o maltrato puede considerarse amor. Esas mujeres que defienden a capa y espada a sus maridos reiteradamente infieles puede parecer que los aman, pero la razón de que permanezcan a su lado es que no se aman a sí mismas.