¿Por qué nos cuesta tanto aceptar los desequilibrios mentales? Nadie se avergüenza de padecer un cáncer, de tener piedras en el riñón, de sufrir alergias, del colesterol alto, de ser diabético, de no ver bien. Sin embargo, todo lo referente a la salud mental aún permanece en el ámbito de las sombras. Los científicos quieren dar respuestas funcionales a todo tipo de alteraciones: que si las hormonas, que si los circuitos cerebrales, que si el ADN o el mapa genético, todo para encontrar causas, razones, respuestas al hecho de que parte de nosotros pertenece al insondable territorio de lo ignoto. Buscamos las causas fuera, cuando hay tantas evidencias de que muchas veces están dentro. Nadie quiso darse cuenta de que la doctora Noelia de Mingo consultaba el ordenador mientras estaba apagado, hasta que en un brote esquizofrénico mató a tres personas en el hospital donde trabajaba e hirió a siete más en el año 2003. Nadie quiere reconocer que dentro de la persona más «normal» del mundo se agazapan monstruos pavorosos. ¿Han de morir 149 personas por los miedos y angustias internas de un hombre que podría haber asumido sus pesadillas de otra manera?
Nadie nos enseña a gestionar esa parte de la sombra que todos tenemos, y en cambio nos volcamos en cultivar nuestra máscara, esa que sirve para «aparentar» que somos personas amables, encantadoras y «normales» aunque esa normalidad nos lleve a ser capaces de estrellar un avión, de matar a tres personas, de asesinar a nuestra pareja, o ahogar a nuestros hijos en la bañera.
Nuestra sociedad mecanizada, moderna, científica, computerizada se protege contra las amenazas de fuera -y bloquea las puertas de la cabina de un avión para que no entren terroristas -, hasta que nos damos cuenta de que el peligro puede estar dentro. ¿Qué más evidencias queremos para darnos cuenta de que el ser humano atesora dimensiones ocultas que hay que esclarecer e iluminar? Pero de todo eso nadie habla en las escuelas, en los institutos, en las universidades, preocupados por fabricarnos un curriculum exterior con el que deslumbrar al mundo, aunque en el interior de nuesta alma no haya más que oscuridad.