Aunque ayer escribí una columna parecida, no puedo dejar de lanzar mi grito como homenaje a esa chica de 23 años, Amanat, salvajemente violada en grupo en Nueva Delhi y finalmente fallecida en Singapur. El caso de Amanat, pese a su dramatismo, no es más que una pequeña gota en el devastador océano de la violencia contra las mujeres. En la misma información en la que se da cuenta de la muerte de la joven se dice que la India registró 25.000 casos de violación en 2011, y además se habla de otro caso de una joven de 18 años que se suicidó tras haber sido violada, ante la pasividad de la policía. Pese al horror de estos hechos, no es de lo que quiero hablar. Resulta muy fácil escandalizarse por los casos de violación que acaban apareciendo en los medios de comunicación, abordados como hechos aislados, episódicos, sin relación los unos con los otros. ¡Qué tranquilizador resulta para nuestra conciencia saber que esas salvajadas se producen lejos, cometidas por indeseables, enfermos patológicos, individuos asociales! Pero no, queridos. De enfermos nada. La realidad es que la violencia contra las mujeres está tan enraizada, tan asumida como algo natural, que la cotidianidad de su existencia nos impide ver el bosque que la ampara. Fíjense si está aceptada que en muchos países se repara el efecto de una violación mediante el matrimonio con el agresor, sustituyendo una violencia ilegítima por otra legal. ¿Qué vida conyugal le espera a una mujer que se ve obligada a casarse con el hombre que la violó? Doble violencia al precio de una.
Si la violencia contra las mujeres existe es porque la toleramos, la disculpamos, la minimizamos, la desdeñamos; porque no nos parece tan grave, y, a la postre, como decía el cura italiano, porque ellas tienen la culpa: ¡La cantidad de comentarios que le leído en los que muchos hombres se muestran de acuerdo con las palabras del sacerdote! Mucha gente hace un mohín de disgusto cuando sostengo que el patriarcado no sólo no ha desaparecido, sino que revive conforme las mujeres van adquiriendo más derechos y libertades. La misma reflexión del cura italiano lo dice todo: si las mujeres se mantuvieran sumisas y calladas como antaño, si no quisieran ser sujetos de pleno derecho, si aceptaran el sometimiento al poder masculino todo sería más fácil… para ellos. Pero la semilla de Amanat ya está sembrada, y su muerte va a tener un efecto amplificador que, como el que tuvo entre nosotros la de Ana Orantes, va a provocar que cada día sean más las mujeres en todo el mundo que, aun a riesgo de perder la vida, se planten y digan: hasta aquí hemos llegado, se acabó.