¿Quien nos iba a decir que serían las amas de casa (y los amos… que tanto abundan) las que iban a expoliar las arcas del Estado a base de solicitar ayudas y prebendas? Esas pérfidas amas de casa que, no contentas con vivir a cuerpo de reina, sin trabajar, a costa del sudor de la frente de sus maridos, despilfarrando en abrigos de visón, van a arruinar el país. Pues sí, las hordas (y las gordas) amas de casa españolas se han lanzado todas a una a apuntarse al paro, según Juan Rosell, presidente de la CEOE con la aviesa intención de cobrar fraudulentamente una ayuda a la que, con lo bien que viven, no tienen derecho.
Juan Rosell debe proceder, como en la película «Los visitantes» (1993), de la Edad Media y mediante un conjuro o encantamiento de alguna bruja ha venido a parar a la actualidad. ¡Un millón de amas de casa se apuntan al paro para cobrar ayudas!, dice el hombre sin sonrojo. Primero, el concepto de ama de casa está prácticamente en vías de extinción, pues ya no hay unas «labores» ni unas responsabilidades específicas propias de ningún sexo. Hoy día las personas, hombres y mujeres, son sujetos que han de buscarse la vida y resolver la organización de sus hogares según acuerdos y pactos de convivencia. Se acabó la figura «del ama de casa» como status: todos somos parados, trabajadores, amos o amas de casa en potencia. Todos tenemos diversas dimensiones sociales y la organización social ya no reside en el binomio «ganador de pan» y «ama de casa» que lo administra. Todos tenemos que ganarnos el pan. Y ese millón de amas de casa al que alude Rosell se dedican a las actividades domésticas porque no encuentran un trabajo remunerado: ninguna renunciaría a desempeñar un trabajo si se le ofreciera la oportunidad.
Pero es que, además, hay otra consideración. ¿Es que acaso no vale el trabajo de esas amas de casa suficiente como para que aspiren a recibir una ayuda por parte del Estado? En la columna anterior precisamente indicaba que, según algunos expertos, el trabajo doméstico está valorado en al menos 24.000 euros anuales. ¿Es que no merecen las personas que coyuntural o transitoriamente se dedican al hogar recibir una contraprestación por su trabajo?
Juan Rosell debe venir desde luego de la Edad Media, y muchos más como él, que aún siguen pensando en términos tradicionales, aquellos en los que en el carnet de las mujeres casadas ponía «sus labores». La pretensión de cualquier persona, tenga o no posibilidades o pueda o no llevarlo a cabo, es desempeñar un trabajo remunerado con el cual hacer frente a su propio mantenimiento y al de su familia (si la tiene). Hoy todos somos amas de casa y trabajadores a la vez. O parados a la espera de una oportunidad.