¿Podré decir algo que no se haya dicho ya? Aun a riesgo de ser repetitiva, quiero aportar mi granito de arena a este debate interminable.
Que España va a retroceder a la época infausta en que los vuelos charters iban abarrotados de mujeres con destino Londres, Amsterdam u otras ciudades europeas para abortar. Yo misma fui una de ellas, aunque el destino fue una ciudad del sur de Francia en una especie de granja rural donde cada dos semanas la Coordinadora Feminista de Barcelona enviaba un convoy de chicas para abortar. Después acompañé a tres mujeres más, una a Londres, y dos a Amsterdam, donde hablaban un español mucho más fluido que yo. Años 80 de tristes recuerdos.
Y ahora, con la Ley Gallardón y las restricciones que impone, ¿qué otra salida quedará, sino la de volver a coger la maleta para pasar el fin de semana fuera y volver al trabajo el lunes siguiente como si nada hubiera pasado? El aborto no es desde luego un método anticonceptivo. El aborto es un fracaso del modelo de sexualidad dominante que, pese a la aparente situación de igualdad entre hombres y mujeres, continúa abocando a las mujeres a exponerse a relaciones inseguras a veces por no tener capacidad suficiente para oponer una oposición firme ante una demanda sexual, otras veces para no parecer «estrechas» o anticuadas, y casi siempre por satisfacer los deseos masculinos, que universalmente aún se consideran preeminentes.
Si hay que combatir que las mujeres recurran al aborto no puede hacerse con leyes de imposible cumplimiento. Hay que combatirlo con campañas educativas, impartiendo verdaderas clases de educación sexual en las escuelas e institutos, y, sobre todo, desmontando los viejos mitos sobre la sexualidad masculina, tan vigentes hoy como hace siglos: que es irreprimible, irrefrenable y que tiene prioridad sobre la femenina.
Mientras no haya un cambio profundo en cómo se entiende la sexualidad y ésta esté despojada de las relaciones de poder que tan frecuentemente las domina, continuarán produciéndose situaciones de embarazos no deseados. Y, en consecuencia, son ellas las que tienen que poder decidir cuándo y en qué momento seguir con el embarazo o no. Y no hace falta escudarse en las malformaciones, en el daño físico o psíquico para la madre o en la violación, ya que según datos del Institudo de la Mujer de 2012 sólo el 5,6% de los abortos lo fueron por riesgos para la salud de la embarazada; el 2,78% por graves riesgos de anomalías fetales, un 0,27% por malformaciones del feto incompatibles con la vida y un exiguo 0,02% por otros motivos (entre los que entraría la violación).
Es decir, con la nueva ley de Gallardón en la mano, en este país no podrá abortar ni dios.