El cambio climático no solo está afectando al medio ambiente, sino que está teniendo efectos devastadores en el cerebro humano. No de otra manera se puede entender la escalada de disparates que se han venido sucediendo en los últimos tiempos. Parece que haya una competición universal para ver quien dice la mayor extravagancia con que obtener aquellos quince minutos de gloria de los que hablaba Andy Warhol. Mediocres individuos a los que nadie conoce merecen la ostentosa atención de los medios de comunicación para expandir sus delirios.
Ya lo citó Amelia Valcárcel en su libro Ahora, feminismo al hablar de los discípulos tontos que le salen a cualquier pensador. Si al “nadie se baña dos veces en el mismo río” de Heráclito le enmendó la plana Parménides afirmando que ni siquiera hubiera río y a Margaret Mead, que fue de las primeras que observó que el género se construye sobre la dimorfia biológica, se la enmendó Judith Butler al afirmar que el sexo también se construye; a Judith Butler le enmienda la plana una investigadora catalana que sostiene que no solo existe una infinita diversidad de elección sexual, sino que también se puede autodeterminar la edad (La Vanguardia, 24 de noviembre de 2021).
Y así vamos de disparate en disparate hasta la debacle final. Cada vez hay que doblar la apuesta, y así el discípulo tonto siempre supera al maestro y sube un grado, o dos, la idea original. Yo también quiero ser la discípula tonta que supera a sus maestras y voy a hacer un triple salto mortal: vaticino que el canibalismo va a ser el remedio al hambre en el mundo en un futuro no muy lejano. ¿Cuánto se apuestan?
Cuando se empiecen a extinguir los recursos naturales del planeta por sobreexplotación, se abrirá una nueva ventana de Overton (ya saben, el mecanismo que puede hacer posible lo que parecía impensable) que empezará a expandir la idea de que alimentarse de seres humanos no solo no es aberrante, sino que es un favor que se hace a la humanidad. De hecho, ya hay una película que aborda este tema, Soylent Green (1973), ambientada por cierto en 2022. No me digan que no es casualidad.
Esta enloquecida carrera para ver quien dice el mayor disparate parece diseñada para aparecer en el Guinnes y tiene que acabar, porque está produciendo mucho daño, y más que va a producir. Nadie puede elegir su sexo, como nadie puede elegir el color de la piel, la altura y mucho menos la edad. Que cada uno tenga unos sentimientos o una percepción sobre sí mismo es legítimo, pero no puede conculcar la realidad, ni tener reflejo en la política y mucho menos en la legislación. Que yo me considere a partir de ahora un hombre negro de 1,90 de altura, de 35 años de edad puede ser un magnífico argumento para un relato de ficción, pero pónganme una camisa de fuerza si les obligo a ustedes a comulgar con mi subjetividad. O mejor aún, póngansela a aquellos políticos que nos quieren obligar, por ley, a ver lo negro blanco, y donde hay un hombre que veamos a una mujer.