Aunque parezca que el feminismo está de moda incluso entre algunos hombres, cosa impensable 30 o 40 años atrás cuando a las feministas de la ahora llamada «segunda ola» nos consideraban feas, machorras, amargadas de la vida y otras lindezas semejantes, he observado que hay un feminismo que gusta a los hombres y otro que no.
Les gusta el feminismo tipo Catherine Deneuve y las intelectuales francesas que defiendenn el derecho de los hombres a importunar a las mujeres, ya que consideran que el puritanismo que creen el feminismo potencia acaba con la seducción. Les gusta el feminismo tipo Cristina Pedroche, que enarbola la bandera de la libertad a la vez que se pliega dócilmente al papel de la mujer florero, pues afirman que ella elige cómo aparecer en televisión. Ese feminismo les gusta mucho, pues está en la línea de lo que las mamachicho hacían hace casi 30 años pero ahora de una manera empoderada.
Les gusta el feminismo que dicen defender las prostitutas y las defensoras de la prostitución, pues argumentan que son ellas las que eligen libremente dedicarse a ese trabajo, y así no tienen que cuestionarse su propio papel en el mantenimiento de tal modelo de sexualidad, jerárquico y enfocado en su propio placer.
Les gusta el feminismo de las mujeres que critican a otras mujeres, y aquellos productos, libros o películas que las presentan manipuladoras y perversas, como es el caso de La Favorita, película que se regodea en algo tan antiguo como la supuesta rivalidad femenina, la ambición y el poder en la sombra, tan típico de las chicas, aunque para ello tenga que retorcer la historia y sustituir los 18 embarazos que tuvo la reina Ana Estuardo por conejos. Si esta mujer tuvo 18 embarazos entre hijos muertos y abortos significa que al menos estuvo embarazada 20 de sus 49 años de vida, pero eso al director no le interesa, sino fabular una relación triangular entre mujeres, que da más morbo.
En fin, el feminismo que gusta a los hombres es el que no discute su hegemonía ni les disputa el poder, que no es estridente, que no acusa, que es discreto y amable, que no cuestiona su sexualidad ni le pide cuentas por su larga etapa de dominio. Un feminismo que podría suscribir hasta Rousseau cuya Sofía, que existía para hacerle la vida agradable a Emilio, parecen añorar.