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El culebrón de Artur I El Astuto

De «política oficial» quizá no entienda mucho, pero sobre culebrones, telenovelas y series de televisión estoy dispuesta a desafiar a cualquiera. Cuando era niña escuchaba las ocurrencias de Marcial Lafuente Estefanía; en la adolescente devoraba las novelas de Corín Tellado, y más adelante sucumbí a los culebrones venezolanos que nos llegaban por televisión, como Cristal  o la Dama de Rosa. Después me aficioné a  los primeros seriales catalanes, como Poble Nou, Secrets de família o  Nissaga de poder sobre lo que incluso llegué a escribir algún artículo (Véase Els serials catalans, 1999). Y más adelante me he hecho fan de algunas series actuales, como Lost o Mad Men. Pero el culebrón Artur I El Astuto que se está proyectando actualmente en todos los medios de comunicación me parece tan deleznable que me he decidido a expresar mi descontento con la trama, el actor principal y sus figurantes, incluido ese golpe de efecto o giro de guión con el que se ha introducido el personaje de «Varufakis. El argumento de esta telenovela ya lo conocen ustedes: héroe maduro, arrastrado y jaleado por el rugido de sus seguidores, ungido de fervor patriótico, decide repudiar a su padre putativo, que se ha enriquecido de forma harto sospechosa, y se embarca en un procés de expiación personal y catarsis colectiva con el objetivo de salvar a un tercio de su pueblo del yugo de un malvado ogro que cobra desorbitados diezmos y los mantiene casi en estado de esclavitud. Para conseguir su lugar en la historia, que ahora por lo visto nos convoca,  el héroe no repara en apropiarse, para su uso personal, del castillo de la comunidad para urdir sus intrigas, establecer alianzas con sus adversarios y definir una hoja de ruta que ha de llevar a ese tercio del pueblo elegido a la nueva Arcadia feliz. Este culebrón ya va por la tercera o cuarta temporada, y a todos los que no participamos de la fe secesionista nos aburre hasta morir, y asistimos mudos, callados y crecientemente preocupados a la puesta en escena de este sainete con la secreta esperanza de que los espectadores se den cuenta de la baja calidad de la representación y decidan solicitar la retirada de la obra por no llegar al share exigible. Y puede que reparen en una cosa: oiga, y por qué el héroe solo se preocupa por un tercio de su pueblo, ¿qué pasa con los dos tercios restantes? Miren, no me sean pejigueras, eso es cosa de los guionistas: a los otros dos tercios del pueblo que les den. Y así nos va.

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