Ante acontecimientos como el intento de asesinato de Malala, la chica de 14 años tiroteada por los talibanes en Pakistan, no puedo dejar de preguntarme ¿por qué para tantas religiones, grupos, partidos, gobiernos en general y para tantos hombres en particular es tan amenazador el hecho de que las mujeres adquieran derechos y libertades? ¿Qué hay detrás del desorbitado interés en mantener la subordinación de las mujeres, que las niñas no vayan a la escuela, no se eduquen, sean mutiladas, se casen en la pubertad, sean vendidas como esclavas o tengan que soportar situaciones humillantes? Más allá de los preceptos religiosos de los diversos textos sagrados, lo que subyace tras la tenaz oposición de los hombres a que las mujeres adquieran derechos está el miedo a perder el poder que ostentan, a ver disminuida su hegemonía, a perder sus privilegios. Debe ser muy gratificante sentirse superior a una mujer, saber que puedes disponer de su cuerpo a tu antojo, ser servido con diligencia, obedecido con prontitud; debe ser muy satisfactorio saber que si te cansas de una mujer puedes elegir a otra sin prescindir de la primera, incluso hacerla tu esposa si dispones de medios para mantenerla. Es la dominación masculina pura y dura y está presente en muchas zonas del planeta.
En otras, la situación no es tan dramática. Las legislaciones han equiparado a hombres y mujeres, los derechos humanos protegen a ambos sexos, las religiones ya no tienen tanta influencia y en general se goza de una situación bastante igualitaria. Sin embargo tampoco en estos países ha desaparecido la dominación masculina. Todavía hay millones de mujeres persuadidas de que sus maridos son más importantes que ellas, que anteponen los deseos de él a los suyos propios, que renuncian a sus carreras, que trabajan fuera de casa y al llegar a ella, que se encargan de los hijos y con frecuencia de los padres (de ambos), que transigen sin deseo a las demandas sexuales de él, pese a lo cual ellos no dudan en recurrir a los servicios de una prostituta cuando se aburren del menú cotidiano (todas las prostitutas coinciden en que sus clientes casi siempre están casados). Es la dominación sutil. Una dominación más difícil de percibir porque se ha desplazado de lo real a lo simbólico, uno de cuyos instrumentos más poderosos es la nueva ideología sobre la eterna belleza y juventud. Entre la dominación burda y la sutil, las mujeres aún no hemos asumido que es justo y necesario que dejemos de ser un objeto que vive para-el-otro y nos convirtamos en un sujeto que vive para-sí.
Coincido tanto con la visión de Juana Gallego que parece que me robara los pensamientos. Leeré tu libro Putas de pelicula. Muchas gracias por publicar
Gracias, a ti, Carmen, por leerme. Supongo que somos muchas las que pensamos igual, y creo que eso es bueno. Saludos.