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Delitos inmorales

El tema de la segregación del alumnado por sexos va a quedar para mejor ocasión, porque quiero tratar los temas de mayor enjundia, y ese me parece, después de todo, una cuestión menor. Cuando leo que las mujeres son encarceladas en Afganistán porque huyen de sus maridos, bien porque las maltratan, porque las han casado a la fuerza, o bien porque tienen sexo fuera del matrimonio… eso sí que me eriza los pelos. Algunas, casi todas muy jóvenes, han declarado que cuando salgan de la cárcel piensan quitarse la vida, porque han deshonrado a sus familias y es el único camino que les queda. Lo peor de todo esto es que estén en la cárcel por lo que la justicia de aquel país llama «delitos morales». Meter en la cárcel a esas mujeres por querer hacer uso de una libertad que se les niega, eso sí que es un delito inmoral. Casar a jóvenes de 15 años en contra de su voluntad con hombres de 50, a veces con dos o tres esposas, e innúmeros hijos; reducirlas casi a la condición de esclavas, al servicio de unos maridos que la mayor parte de las veces las maltratan o las usan sólo para su satisfacción sexual… eso sí que son delitos inmorales.

Cuando oigo que el feminismo es una antigualla, que está pasado de moda, que estamos en el postfeminismo y que ya no tiene razón de ser pienso en las mujeres del mundo, en sus luchas, sus tribulaciones, las terribles condiciones de vida que se ven obligadas a afrontar. Hombres y mujeres viven en situaciones infernales en muchos lugares, lo sé, pero siempre, siempre, es peor para ellas. Como esa joven atleta somalí, Samia Yusuf, a la que insultaban cuando intentaba entrenarse para cumplir sus sueños y dificultaban todo lo que podían su deseo de ser olímpica. Samia se ha ahogado al intentar salir del infierno de su país para llegar a otro donde, pese a las dificultades y problemas con los que la inmigración se puede encontrar, no le iban a impedir correr o entrenarse sólo por ser mujer. El feminismo tiene mucho trabajo por hacer. Las mujeres somos muy diversas y pertenecemos a culturas distintas, pero por encima de todas esas diferencias hay un mismo concepto a defender: la dignidad de todas y cada una de las mujeres del mundo, su derecho irrenunciable a la libertad de poder construir su propio proyecto de vida. Eso lo pueden compartir todas las mujeres, aquí y en Pekín.

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