Cada vez que se intenta dar un paso adelante, ni que sea pequeño, para equilibrar la balanza entre los sexos, ya sea en el trabajo, en la política, la economía o la cultura, aparecen los agoreros, los enterados, los sobrados, los listillos lanzando pullas con cara autosuficiente y despreciativa advirtiendo de que tales «pretensiones de igualdad» sólo son el intento de las mujeres de imponer lo que ya hace unos años Enrique Lynch denominó la «revancha de género». Ahora la toca el turno al cine.
Se pongan como se pongan los que advierten ánimo de censura en la iniciativa de llamar la atención sobre la desigualdad en el mundo del cine, es más que evidente que las mujeres son una exigua minoría en esta industria, tanto tras las cámaras como delante de ellas. No llegan ni al 10% entre los directores, por poner el aspecto que adquiere más relumbrón.
Y por lo que respecta a los relatos, en pocas ocasiones aparecen las mujeres como sujetos que actúan en pos de sus propios intereses y deseos. La mayor parte de las veces su papel está afectado por las decisiones y deseos de los demás. Incluso en la muy celebrada y reciente La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche, veo mucho más la postura «voyeur» del director que las vicisitudes subjetivas de las dos actrices protagonistas, que son presentadas desde una mirada masculina que las observa con fruición, especialmente en las largas escenas de sexo.
Las mujeres casi siempre son meros accidentes, desencadenantes de la acción, elemento de disputa, motivo de tribulaciones para los auténticos protagonistas, esos que saben y conducen la trama. Ahí tenemos a la muy admirada Sandra Bullock en Gravity, que más que ingeniera espacial parece un ama de casa con problemas para saber cómo poner la lavadora. Una astronauta encargada de reparar sofisticadas naves espaciales al menos tendría que aparentar dominar un poco mejor los utensilios propios de su especialidad… o si no no la enviarían al espacio.
En fin, durante un siglo de cine las mujeres han sido las pacientes compañeras de los héroes de todo pelaje, y cuando no se amoldaban al papel de mujer sumisa y adoptaban sus propias decisiones, fuesen o no acertadas, se convertían en «mujeres fatales» que, cómo no, recibían el oportuno castigo por atreverse a transgredir las normas impuestas a su sexo.
Pero al menor intento de denunciar esta situación, no faltan las voces de aquellos que ven la larga mano de la censura-feminista. O la de las espías, como la famosa Bond, Jasmine Bond.