En medio de la pobreza más extrema, en los campos de refugiados, en los países más azotados por sequías y hambrunas se sigue reproduciendo una imagen que me abruma, me conmueve y me enfurece: las mujeres trabajan como burras mientras los hombres «se aburren sin hacer nada». No lo digo yo, que no he visitado estos lugares, lo he leído en los últimos días en varios lugares (Sudan del Sur, un país derrotado, El País,12-07-2015, entre otros); pero también me consta por amigas que han visitado algunas zonas de un Senegal paupérrimo, y me cuentan que mientras las mujeres trabajan todo el dia acarreando agua, lavando ropa, haciendo comidas, barriendo sus chabolas… los hombres se pasan el día sentados, como mucho haciendo té.
Algo en lo que abunda la película La fuente de las mujeres (2011). No es un invento, sino una cruel realidad que se extiende especialmente en los países más desfavorecidos. Además de trabajar sin descanso y de responsabilizarse de reponer día a día las pocas fuerzas con que cuentan… con frecuencia están embarazadas, añadiendo al trabajo todos los riesgos que implica un embarazo en lugares sin las mínimas necesidades sanitarias cubiertas. ¿Cómo cambiar estos viejísimos patrones culturales que hacen de las mujeres auténticas esclavas? ¿Cuándo los hombres van a entender que si se han quedado sin sus trabajos tradicionales hay muchos otros que podrían compartir con las mujeres y aliviar así las atroces cargas que representa para ellas la supervivencia? ¿Hace la ONU, Unicef o los organismos internacionales que haga falta suficiente pedagogía para hacer entender que ir a por agua, moler el grano, preparar la comida o encargarse de los pequeños no resta ni un ápice de hombría?
Ya sé que también en los países occidentales arrastramos viejos clichés y la división sexual de trabajo aún se mantiene, pero poco a poco los hombres han ido incorporándose a aquellos trabajos domésticos antaño exclusivos de las mujeres y cada vez hay más que se responsabilizan de la parte alícuota que les corresponde. En los países más pobres, sin embargo, parece que coger un cántaro de agua, vestir a los niños, preparar el sustento o adecentar la casa sea incompatible con la virilidad. Para que resulte más lacerante, algunos de estos zánganos, al ponerles de relieve su holgazanería, se jactan de que «bastante tienen con trabajar de noche». ¿Para cuando una revolución de los animales de carga?