Qué cómodo resulta escribir, posicionarse, mostrar solidaridad o criticar desde el confort de una situación estable, tanto política como económicamente. Lo digo por mi y por muchas personas que nos dedicamos a escribir, a pensar, a reflexionar o a mover papeles de un lado para otro. Sí, es muy fácil empatizar en la distancia con las mujeres afganas o de cualquier otro sitio. Indignarse o mostrar comprensión, ser más progresista que nadie o más radical.
También es muy fácil aceptar o defender posiciones, costumbres o situaciones desde la certeza que da el saber que no tendremos que someternos a ellas, sea llevar velo, prostituirse o alquilar el útero para que otros cumplan sus deseos. Sí, la verdad es que es muy fácil observar los toros desde la barrera, y pontificar sobre todo lo humano y lo divino desde la comodidad de habitar en un lugar que, aunque no exento de problemas, permite gestionar la propia vida sin el temor a que te peguen un tiro por expresar tu opinión.
Por eso tenemos que seguir apostando porque el oscurantismo que nos acecha no acabe con la racionalidad propia de la ilustración. Oscurantismo e ilustración puede que resulten dos palabras actualmente en desuso, y que pueden parecer periclitadas pero la verdad es que están más vivas que nunca, y las saco a colación porque el escritor y cineasta afgano Atiq Rahimi declaraba ayer (El País, 19 agosto 2021) que lo que ha ocurrido en su país es la victoria del oscurantismo sobre la ilustración.
Que se oculte deliberadamente información a la población, que se impida el debate público de las consecuencias de una ley, o se soliciten alegaciones a un proyecto en período semi inhábil o vacacional (como ha ocurrido con el Anteproyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI) son maniobras oscurantistas, las realice un gobierno progresista o conservador.
Es oscurantismo promover creencias que contravienen todas las evidencias científicas, como afirmar que el sexo «se asigna», o expandir entre la población la idea de que se puede cambiar de sexo a voluntad, como es oscurantismo entronizar la idea de hay criaturas que «nacen» trans y que por tanto tienen que adecuarse a esa misteriosa esencia interior que les dice que sus cuerpos están equivocados y les conmina a modificarlos a base de cirugías u hormonacion.
Es oscurantismo que los medios de comunicación eludan investigar y reflejar problemas que se están dando a nivel internacional como consecuencia de las leyes de autodeterminación de sexo, y que solo muestren versiones edulcoradas de un tema que está siendo promovido por oscuros intereses económicos.
Es oscurantismo promover ideas religiosas que justifiquen la subordinación de las mujeres haciéndolas pasar por empoderantes o liberadoras cuando lo único que pretenden es garantizar su sumisión ante un estado de cosas que ellas no han elegido. Es oscurantismo presentar felices madres o padres que han comprado a una criatura sin hacer ninguna referencia a las mujeres que las han parido, como si los bebés hubieran surgido de debajo de una col. Dar relieve a los aspectos glamurosos de fenómenos que tienen una cara oculta tétrica y sombría también es oscurantismo.
El único antídoto para el oscurantismo es la transparencia, es decir, la ilustración, el conocimiento basado en las evidencias empíricas, en los datos reales, en los hechos contrastados, en las ideas tamizadas a la luz de la razón. En menos de dos semanas he leído declaraciones en este sentido de dos personalidades: Denis Itxaso, Delegado del Gobierno en el País Vasco declaraba que «No vamos a elevar asuntos identitarios a la categoría de derecho político» y Tomás de la Quadra Salcedo afirmaba que «la democracia no se basa en sentimientos, sino en el respeto a las reglas del juego y de los valores compartidos» (El País, 9 y 10 de agosto de 2021, respectivamente).
A ver si estos razonamientos se aplican a todas las cuestiones colectivas y no solo a la organización territorial o a cuestiones judiciales. Estamos en una fase de oscurantismo galopante inducido por la derecha y por la izquierda que, con la inestimable ayuda de los medios de comunicación, nos quieren perplejos, atónitos, embrutecidos, ignorantes e impotentes. Esparciendo doctrinas acientíficas, dogmas de fe e hipótesis no demostradas, como sigamos así se va a sustituir la ciencia por la magia, la razón por la superchería y el estado de derecho por la ley del talión.