La violencia contra las mujeres se sigue cobrando vidas, ampliada cada vez con víctimas colaterales -madres, padres, hijas, hijos, cuñados, suegras, amigas-, extendiéndose como una mancha de aceite, mientras la sociedad asiste perpleja, escandalizada ante tanto desatino y tanta ira. Mudos de espanto ya ni siquiera la gente se pregunta por qué. Algunos, a quienes gusta pescar en rio revuelto, mezclan los diferentes asesinatos en un totum revolutum al que difícilmente se puede dar explicación. Como si una ola de locura hubiera anulado la capacidad humana de razonar.
Sin embargo la explicación existe, y son diversas: no es lo mismo una agresión producto de una enfermedad mental que la violencia desatada por el despecho y el odio. Y es el despcho, la frustración, el narcisismo herido de tantos varones que continúan sin ser capaces de aceptar que las mujeres les abandonen, que tengan otros amores, otros hijos, otros intereses, que se vayan, que hagan uso de su libertad.
Mientras estos acontecicmientos no se sitúen y se expliquen como parte de un contexto social amplio, mientras se sigan representando como episodios esporádicos, fortuitos, imprevisibles e inevitables; mientras la sociedad no entienda y acepte que forman parte de la muy desigual y compleja estructura de relación entre los sexos, mientras los observemos a distancia, como si fuese algo ajeno que no nos compete a todos, hombres y mujeres, y los situemos fuera, como si a nosotros no nos pudiera afectar.
Mientras no haya un relato global que explique que la pareja forma parte de un sistema de dominación y de poder que nos precede, y que aunque poco a poco haya ido cambiando, se mantiene y se perpetúa mediante diferentes mecanismos y dispositivos (culturales, educativos, judiciales, simbólicos); mientras no entendamos que formamos parte de un entramado social más amplio y aceptemos que no es un problema individual… mientras todo eso no sea explicado y asumido colectivamente… continuaremos sumando crímenes, mujeres muertas, niños asesinados, familias destrozadas, víctimas colaterales de los últimos y violentos estertores de un patriarcado que se resiste a desaparecer y que, como en las guerras, prefiere morir matando.