Margaret Atwood, la autora de El cuento de la criada, se pregunta por qué no podemos seguir utilizando la palabra mujer. En Twitter hay respuestas indignadas pero también otras que con condescendencia y comprensión le dicen que sí, que se podrá seguir utilizando, pero no cuando haga referencia a la biología, porque entonces no es inclusiva.
O sea, muchos y muchas bienintencionados le dicen que cuando se hable de mujeres se refieran al envoltorio, al aspecto, a la apariencia exterior: es decir, al estereotipo. Ser mujer por tanto no tiene nada que ver con el cuerpo, porque según expresión que se viene utilizando últimamente «a nadie le importa lo que tenemos entre las piernas».
Dicho así parece tan transgresor, tan igualitario, tan moderno, tan superador de desigualdades que seguro que muchos (y, ¡ay! muchas), suscribirán tal aserto, porque, así, de entrada, no debería importar lo que tengamos entre las piernas. Se supone que creen que tener una cosa u otra es algo así como la religión, una cosa privada, íntima, de la que no hay que hacer alarde, como tantos otros aspectos que nos distinguen y que no declaramos en público.
En una sociedad donde no hubiera desigualdad, donde todos fuésemos iguales, donde no hubiera conceptos tales como subordinación, hegemonía, discriminación, poder, etc. En una sociedad ideal, en una especie de paraíso terrenal naturalmente que no importaría lo que tuviéramos entre las piernas. Pero da la casualidad de que toda sociedad conocida (y no me vengan con el cuento de lugares idílicos) se ha estructurado en primera instancia por la diferencia sexual. Y esta diferencia ha comportado la jerarquización de los sexos: los hombres han ejercido la hegemonía y las mujeres han quedado subordinadas a aquellos.
Por tanto, lo que tenemos entre las piernas no es una cuestión baladí, no es una cuestión privada e íntima, es la primera y transversal división entre los seres humanos. A esta le acompañan otras, por supuesto: color de piel sería otro rasgo que podemos observar, y que representa la segunda gran división. Luego vendría la clase social, aunque este es un concepto ya no inscrito en los cuerpos sino generado por la posición en la estructura económica de la sociedad. En definitiva, sexo, raza (para entendernos) y clase son los tres ejes primarios de desigualdad social. Hay otros, pero son secundarios y merecerían posterior elaboración.
Por tanto, claro que importa lo que tenemos entre las piernas. Importa y mucho, pues es debido a ello que a las niñas se les practica la mutilación genital, se las casa en la infancia o se trafica con ellas. Es lo que tenemos entre las piernas lo que hace que florezca la prostitución, y que a ella recurran los hombres y se hayan dedicado casi exclusivamente las mujeres, esas personas cuyo nombre se aconseja a Margaret Atwood no utilizar.
Porque para todos aquellos (y ¡ay! aquellas) que están de acuerdo en esta neolengua que consideran tan inclusiva, ser mujer parece que queda reducido a llevar el pelo largo, usar maquillaje y calzar tacones, y para algunos ni siquiera eso, porque otros ya proponen que ser mujer no tiene nada que ver con el aspecto, sino con un sentimiento interior que brota cual fuente misteriosa de un lugar ignoto.
Las feministas no defendemos la importancia del sexo biológico porque creamos que es determinante para el desarrollo personal o porque en él se encuentre la esencia de lo que es ser mujer u hombre, sino porque sabemos que en esta diferencia sexual radica la desigualdad y la jerarquía entre las personas. Es por nuestra biología que las mujeres hemos sido consideradas el segundo sexo y es por tener este sexo por lo que se ha subordinado y mermado nuestra existencia.
Querer borrar el sexo biológico es también borrar aquello que distingue los cuerpos en su materialidad, la respuesta a las enfermedades, los procesos ligados a la reproducción, la diferente estructura corporal. Defender que no importa lo que tenemos entre las piernas es negar la realidad, y la realidad es que borrar el sexo no borra la desigualdad.
Excelente y muy necesaria aclaración. No podemos, no debemos negar nuestra biología, nuestro sexo…desviamos por derroteros inútiles la discusión feminista