Ana González fue asesinada el pasado 5 de marzo por un hombre del que se quería separar. Su hermana ha reconocido que Ana «sentía lástima» por él y que lo mantenía. Lo mismo dijo Antonia Martos, una mujer de Jaén que acogió en su casa a su marido, sobre el que también pesaba una orden de alejamiento por maltrato: «no lo vamos a dejar en la calle como un perro», dijo Antonia. Sin llegar a tan extremas circunstancias, conozco un montón de mujeres que sienten lástima por sus maridos, novios, parejas o exparejas, y a muchas que mantienen una relación de «rutinaria convivencia» por pena. Algunas lo dicen abiertamente, y otras no, pero la realidad es que es frecuente oír a una mujer que continúa en relación con un hombre por lástima.
Hay que reflexionar sobre esta lástima que sienten a veces las mujeres incluso por hombres que las maltratan, las desprecian, o con los que mantienen como mucho una entente cordial. «La diferencia entre tu y yo -oí decir a una mujer muy cercana a mí refiriéndose a su marido- es que yo no te necesito a ti para nada; y en cambio tu me necesitas a mí para todo». Esta es la terrible cuestión. Mujeres que pueden ganarse la vida, luchadoras, activas, trabajadoras, autónomas, que saben desenvolverse en el espacio público y en el privado, que lo mismo arreglan los papeles del paro que contratan un albañil para que les arregle la cocina, que son el sostén de sus familias, muchas veces económica y casi siempre emocionalmente… pero que sienten una lástima irreprimible por esos hombres con los que han compartido toda su vida; hombres apocados, quizá expulsados del mundo laboral, extrañados también del mundo doméstico, donde no saben qué hacer, ni cómo desenvolverse. Hombres que han perdido el papel hegemónico que la sociedad les otorgaba y que, aun sabiéndose derrotados, se resisten o desconocen cómo establecer una relación en términos de igualdad.
Arrastrados por los cambios irreversibles protagonizados por ellas, viven con la ficción de que «son hombres» y que eso les otorga cierto poder. Todavía son muchos los que no saben, no quieren o no pueden ver a las mujeres como un sujeto capaz de disponer de su libertad. Deambulan por calles, bares o domicilios sin entender lo que está ocurriendo. Sin ellas no son nada, y aún así, cuando se ven abandonados ruegan, piden, se revuelven, pegan y en ocasiones matan. Y a pesar de ello, incomprensiblemente, las mujeres los siguen -los seguimos- considerando dignos de lástima.