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El partido de los tristes

Hoy en Cataluña hay numerosos partidos: está el de los exaltados, el de los entusiastas, el de los indignados, el de los estupefactos, el de los expectantes. Yo, sin embargo, me encuentro entre el partido de los tristes. Ignoro si somos pocos o muchos. El partido de los tristes es aquel que agrupa a todas las personas cuyo sentimiento más persistente es el de la desolación.

Desolación por ver cómo se esfuma la cordura, cómo se crispa el ambiente, cómo se enconan las posturas. Tristeza al ver cómo los amigos se distancian, las conversaciones se evitan o se miden las palabras según con quién. Es la tristeza del huérfano, aislado entre la multitud. El desamparo del que no tiene techo bajo el cual cobijarse, ni certezas a las que acogerse.

Los sentimientos de los tristes son difíciles de expresar ante un clima de exaltación, de regocijo de miles de personas enaltecidas con certidumbres y razones que a los tristes se nos escapan.  Los tristes percibimos un panorama incierto, confuso; no creemos en esa Arcadia feliz que se avecina. Los tristes somos aquellos que no son galgos ni podencos, y a los que nos da igual ser catalanes, rusos o vietnamitas, siempre que sea de una forma consensuada, mediante procesos civilizados,  claros, transparentes.

Los  tristes estamos tristes, pero no somo imbéciles, ni comulgamos con ruedas de molino. Compartimos el dolor vivido por muchos de nuestros conciudadanos, pero cuestionamos un pseudoreferendum del que es imposible saber los resultados y que otorga superioridad moral solo a una parte de la población.  Estamos desolados y para muchos somos los malos. Qué triste.

 

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