El domingo dia 19 de octubre el centro de mi ciudad se vistió de dos colores: el rosa de las mujeres que corrían contra el cáncer y el amarillo de aquellos que reclaman la independencia de Cataluña. Unas que se movían por un problema real, candente, cruel, que amenaza la vida de miles de mujeres cada año, y otros que se movilizan por un sueño, por una quimera, por algo etéreo e intangible. El principio de realidad frente al principio de ficción. Y en ambos grupos había mucha gente, es verdad.
Pero por mucha gente que hubiera en uno u otro grupo, es fácil darse cuenta de cómo se utilizan las palabras de manera diferente, dándoles un significado u otro, según los intereses de los diferentes actores sociales. A nadie se le ocurriría decir que las corredoras de rosa (por numerosas que fuesen) representaban «el pueblo». Sin embargo, con mucha frecuencia se suele utilizar la parte por el todo, de tal manera que a un grupo (repito, por numeroso que sea) se suele atribuir la representación de toda la ciudadanía, lo cual no deja de ser una operación ideológica interesada.
En este tema las mujeres que vestían de rosa llevan las de perder, no sólo porque las mujeres siempre son lo particular, mientras que los hombres son lo general, sino porque se mueven por un problema que les afecta a ellas; mientras que a los manifestantes de amarillo (hombres y mujeres) no sólo se les nombra bajo el genérico masculino, sino que actúan por aspiraciones políticas que suelen ser confundidas con las de toda la población.
Yo, por mi parte, en honor de Molière (que murió vestido de amarillo), soy alérgica a este color, y no creo que haga falta que diga que prefiero el apacible rosa, aunque sea un poco melifluo, dejando para quien quiera la estridencia del gualda, que me recuerda a los sindicatos verticales, la prensa poco seria o a los jockeys masoquistas, únicos que se atreverían a montar un caballo vestidos de este color.
Viva la solidaidad